Que verdadero mensaje de esperanza, para los jóvenes más abandonados y en peligro, en estos tiempos que corren, podríamos decir que, una de las premisas dejadas como legado de Don Bosco, para los salesianos, congregación que fundara, este Santo ejemplar que, se ganó con su lucha constante y a pulso con el sudor de su frente, ser considerado Padre y Maestro de la Juventud, es la tarea cotidiana de velar cada día por los jóvenes. Velar por una educación justa y necesaria. Cuantos millones de jóvenes en todo el mundo, gracias a Dios, nuestros padres eligieron un colegio salesiano.
Don Bosco, anheló desde temprana edad, ser sacerdote, es su constante ideal de su vida Quiero ser sacerdote repite continuamente para acercarme a los niños, para enseñarles el catecismo y hacerles buenos la pobreza de su madre Mamá Margarita le impide comenzar los estudios. Vencidas mil y una dificultades, ingresa en el seminario de Chieri a los sus dieciséis años de edad.
Al mismo tiempo que estudia, tiene que trabajar en trabajos manuales, para costearse la carrera. Y también ayuda con los recursos económicos que gana, a otros jóvenes necesitados. En sus expedientes académicos se encuentran frases como estas Joven ejemplarísimo y de grandes esperanzas.
Lleno del espíritu de San Francisco de Sales, a quien declara Protector de sus empresas, los principios de su sacerdocio transcurren adoctrinando a los presos y acompañando a los reos al último suplicio.
Los días festivos reune a los niños y jóvenes vagabundos en lo que él llama Oratorio Festivo, para el esparcimiento del cuerpo y educación cristiana del espíritu. Don Bosco es el obrero incansable del campo de las almas. Más tarde sus jóvenes y sus colaboradores le rogarán que descanse y él les responderá así: Cuando el demonio deje de tentar a las almas ¡Descansaremos en el cielo!. Su trabajo y lucha constante por las mejoras de los jóvenes obreros y la permanente trayectoria y múltiples objetivos trazados y los problemas que encuentra en su camino les llevará a una enfermedad en julio de 1846, cuando aun no ha cumplido los 31 años de edad, sufre una bronquitis aguda con inflamación de los pulmones, unida al agotamiento y debilidad que, lo llevarán a las puertas de la muerte Pero lean con atención, esta nueva entrega de:
PALABRAL AL OÍDO AÑO II NÚMERO 31 SEMANA 3/2008
EL MILAGRO DE LOS PEQUEÑOS ALBAÑILES
Mis queridos amigos:
En julio de 1846 Don Bosco enfermó gravemente. Una bronquitis aguda con inflamación de los pulmones, unida al agotamiento y la debilidad lo llevaron a las puertas de la muerte. Conocemos bien el episodio. El joven sacerdote no había cumplido todavía los 31 años y comenzaba la obra de los oratorios con los pobres jóvenes abandonados a su suerte en los arrabales de Turín. Se sentía, destrozado por la enfermedad, a punto de acabar, aceptando encontrarse al final del camino y preparado para el encuentro con el padre.
La noticia de su enfermedad comenzó a extenderse como un reguero de pólvora por los talleres, las fábricas y los andamios de la ciudad: ¡Don Bosco se muere!.
Un número incesante de muchachos desfilaban por los pasillos de El Refugio de la Marquesa Barolo, donde Don Bosco tenía por entonces su habitación, para preguntar por él e interesarse por su salud. Como el propio Don Bosco describe en las Memorias del Oratorio, supo más tarde que aquellos jóvenes:
Espontáneamente rezaban, ayunaban, escuchaban misa, comulgaban; se alternaban pasando la noche en oración y el día delante de la imagen de María de la Consolación. Por la mañana se encendían velas especiales y hasta bien entrada la noche había siempre un gran número de chicos pidiendo a la Madre de Dios que curase a su pobre Don Bosco ( ) Me consta que bastantes muchachos albañiles ayunaron a pan y agua durante semanas sin parar de trabajar .
Y el milagro se produjo. Aquellos pobres jóvenes arrancaron de Dios la salud de Don Bosco:
Dios los escuchó. Era un sábado por la tarde y se creía que aquella noche sería la última de mi vida: así decían los médicos que fueron consultados; yo estaba también convencido de ello sintiéndome sin fuerzas y con pérdidas continuas de sangre. Bien entrada la noche me entró sueño; me dormí y me desperté fuera de peligro.
Don Bosco estaba convencido de que fueron las oraciones y el cariño de sus muchachos los que le devolvieron la vida. Así lo expresó en numerosas ocasiones afirmando con emoción:
Os debo la vida. De ahora en adelante, todas mis fuerzas serán para mis queridos jóvenes.
Una página conmovedora de nuestra historia que nos ayuda a comprender el inmenso cariño de los jóvenes del Oratorio a quien experimentaban como un padre bueno y un amigo incondicional que les había devuelto la esperanza en el futuro y la confianza en sí mismos porque Dios los amaba.
Bien podemos decir que la vida de Don Bosco, que parecía haber llegado al final, nos la han devuelto los jóvenes pobres del Oratorio con sus oraciones y sacrificios rogando a Dios que lo curase. Aquellos albañiles y limpiachimeneas desarrapados, siempre en el filo de la navaja de la marginalidad y la exclusión social, lograron de Dios el milagro.
Estamos en deuda con los jóvenes abandonados y en peligro; estamos en deuda con los últimos, con los más pobres. Don Bosco es para ellos. Nosotros, sus hijos, les prometemos como entonces en Turín que seguiremos en la brecha abriéndoles nuestras casas y nuestro corazón y adelantando creativamente un futuro que muchos les niegan.
Buena semana. Buen mes de Don Bosco. Vuestro amigo, José Miguel Núñez