Se podría hablar de cómo Valdés, cuestionado a veces con razón, acude en los momentos decisivos (Londres, Roma). Se podría habar de cómo Alves galopa incansable de abajo a arriba por la banda derecha, con tiempo y fuerza para decidir la mejor opción.

Se podría hablar de cómo Puyol, por mucho que pasen los años, sigue entregándose al máximo día tras día, y siempre de manera efectiva y solidaria

Se podría hablar de cómo Piqué se ha convertido en el nuevo jerarca de la defensa blaugrana, recordando en la salida del balón a un central alemán de los años 70 de cuyo nombre ahora no quiero acordarme.

Se podría hablar de cómo Touré, a pesar de la hernia, se basta el sólito para destruir el juego rival e, incluso, atreverse a cercar el área contraria.

Se podría hablar de cómo Keita, otro centrocampista de raza, ha rendido de manera tan óptima hasta el punto de que su entrenador lo considere el mejor fichaje del año.

Se podría hablar de cómo Xavi, mediocentro de mediocentrios, maneja los partidos a su antojo, distribuye con escuadra y cartabón y nos deleite con un toque privilegiado (¡vaya centro a Messi en el segundo gol de Roma!).

Se podría hablar de cómo Iniesta, ese loco bajito, circula con la pelota confiado ante lo que supone un reto imposible para el adversario: robársela; de cómo disparó, no sólo el balón sino las ilusiones de millones de barcelonistas, aquella noche en Stamford Bridge o de cómo se ha convertido en un superclase, en uno de los tres mejores jugadores del mundo.

Se podría hablar de cómo Busquets, quien el año pasado jugaba en tercera división, con su trabajo y dedicación se ha hecho un hueco incuestionable en la plantilla.

Se podría hablar de cómo Henry, a quien muchos consideraban acabado, puede anotar 25 goles gracias a su enorme calidad, a veces cuestionada, siempre encontrada.

Se podría hablar de cómo Eto’o, quien se veía fuera del club a principios de temporada, ha sabido responder a la confianza del míster con la mejor medicina, con lo que más y mejor sabe hacer: marcar goles hasta cansarse.

Se podría hablar de cómo Messi, ese pequeño hombre, dribla y dribla, golea y golea, dribla y dribla, golea y golea, dribla y dribla, golea y golea,…, así hasta cuando le diese la gana de parar, esto es, nunca; de cómo es, simplemente, el mejor jugador del mundo, Para muchos años.

Se podría hablar de cómo un entrenador que la temporada pasada ocupaba banquillos de tercera división se ha hecho a medida con el del Camp Nou. De cómo se corresponde, a imagen y semejanza, con los valores de un club tan atractivo como exigente, tan competidor como ganador y, sobre todo, tan perfecto para él, que lo ha mamado desde chico. De cómo ha armado un grupo, prácticamente el mismo del año anterior, bajo los parámetros de rapidez, combinación y movilidad en el juego, pero, por encima de todo, de entrega, sacrificio, auxilio y compañerismo como actitud primordial. De cómo se ha ganado el cariño y la admiración de todo el panorama futbolístico, tanto nacional como internacional.

Se podría hablar durante horas y horas de todas las virtudes y excelencias del F. C. Barcelona. Probablemente, más bien con toda seguridad, ni siquiera una hipotética derrota en la final de Roma hubiera supuesto cambiar ni una coma de lo arriba expuesto. Conseguir un triplete está fuera del alcance de equipos al uso, pero dejar de hacerlo, de la manera que juega y se dispone este grupo, no habría acarreado tenerlos en menor consideración. Importan los títulos, que duda cabe, pero más allá de ello, cómo se consiguen o, en su defecto, cómo se escapan. El F. C Barcelona, con un merecimiento tal que elude comparación con cualquier otra escuadra de cualquier época pasada, ha acumulado tanto éxito como elegancia, vistosidad y gentileza desplegada sobre el césped, lugar donde los sueños de los aficionados toman la fuerza del entusiasmo. Lugar donde el Barcelona de Pep Guardiola se ha hecho, por derecho y justicia, un lugar en la historia del fútbol, a día de hoy, como mejor equipo del mundo.