El regalo de vivir en Sevilla

La felicidad es en gran medida una sensación profunda de paz y satisfacción interior, que sacia el cuerpo y el espíritu relajando todas las tensiones hasta transformarse en un sentimiento de placentera plenitud. Esa paz primigenia sustenta los componentes que incrementan la dicha, ya sean visiones gratificantes, sonidos agradables, olores inspiradores, sabores que alimentan los sentidos, el tacto sutil de lo hermoso o una mezcolanza de todo ello.

La felicidad implica carencia de descontento espiritual y un ánimo repleto de armonía, pues solo el interior nos hace tomar conciencia cierta del pleno bienestar personal, que los creyentes acabamos identificando inevitablemente con la omnipresencia de Dios. La trascendencia aflora siempre en nuestra percepción de la belleza, esa que nos acerca al “estado de grata satisfacción espiritual y física” que llamamos felicidad.

Una ciudad, un tiempo, un contexto y unos parroquianos pueden contribuir decisivamente a que disfrutemos ese sentimiento, máxime si todo va acompañado de creencias o condicionantes espirituales que logren proyectarnos más allá de lo humano. La ciudad compartida lo aglutina todo, al atesorar la familia, amigos y vecinos, el trabajo que nos realiza personalmente, la fortuna de vivir en el lugar amado y la alegría de sentirnos felices.

Cada persona es un universo, pero estas líneas pretenden reflejar solo el común denominador de quienes tenemos la certeza de habitar la ciudad amada. La vida es también un valle de lágrimas donde a veces resulta arduo superar los problemas, que acaban diluyendo la alegría. Pero se trata de ver el entorno en positivo, prevaliéndonos de nuestra idiosincrasia y del privilegio de inhalar la peculiar luz de este hábitat del sur.

Porque vivir en Sevilla es un inmerecido regalo de la vida, que enamora definitivamente desde el principio y para siempre. Los nativos somos innatamente conscientes de ello, como también lo son quienes adoptan a la ciudad como propia. Sevilla es un poema de amor eterno magistralmente inacabado, que permite soñar cada día nuevos versos y sentirnos bien, muy bien, en la urbe pequeña y grande a la vez. Desde esta ciudad poco hay que envidiar, por inmensa que sea la belleza de otros muchos enclaves y paisajes del orbe.

Conscientes de que esta bendita realidad evoluciona constantemente en múltiples aspectos y comprendiendo que es el signo de la historia, algunos padecemos ineludibles añoranzas a causa de la mucha Sevilla que ya llevamos vivida. A punto de comenzar el segundo cuarto del siglo XXI, es inútil extrañar la memoria de otros tiempos y los modos de aquella otra ciudad en la que, hace muchas décadas, aprendimos a ser felices.

Toca comprender las innovaciones y comprobar que, afortunadamente, el alma y la esencia de la ciudad permanecen intactas. Era una Sevilla distinta, pero no mejor que la actual. Cambian modas y costumbres accesorias, pero se mantiene el espíritu de lo sevillano. En la ciudad nueva, la clave está en la edad que no debiera degenerar en edadismo.

Somos los sevillanos largamente curtidos en la vida quienes mejor constatamos que la ciudad sigue siendo un espacio mágico de vida, por mucho que cambien los tiempos, las circunstancias y los comportamientos. Sevilla continúa siendo la ciudad de la gracia y el encanto que hiciese divagar a José María Izquierdo.

Alfonso XIII, extasiado ante la Plaza de España, exclamó: “Señores, yo sabía que esto era bonito… Pero no tanto”. Antonio Gala es el autor de uno de los elogios más halagadores: “Lo malo no es que los sevillanos piensen que tienen la ciudad más bonita del mundo… Lo peor es que puede que tengan razón”. Aunque quizás la mejor síntesis sea la de la popular Lola Flores, al concluir que “Sevilla es como soñar con el cielo”.

La felicidad a la que me refería al inicio es justamente ese soñar con el cielo, que fluye en este espacio de nuestros amores. Ciudad de abuelos y biznietos, del ayer y del futuro. Definitivamente, un poema de amor que nunca agradeceremos suficientemente a la vida. Sevilla es la bellísima poesía eternamente inacabada que Dios nos regaló a los sevillanos.

JOSÉ JOAQUÍN GALLARDO ES ABOGADO